Los árabes fueron comerciantes desde los tiempos más remotos. En la época imperial, desarrollaron una gran actividad mercantil y se convirtieron en intermediarios en las relaciones comerciales entre Occidente y Oriente. De los hindúes y los malayos obtenían especias, minerales, algodón, perlas, jade y otras piedras preciosas. Los europeos les vendían metales armas y esclavos, mientras los africanos les entregaban oro, marfil y esclavos negros.

Emprendieron explotaciones mineras, acuñaron oro sudanés y realizaron pingues negocios. Construyeron canales para la navegación y obras de regadío, molinos de agua y fabricas para la elaboración de papel, tejidos de seda, damascos bordados en oro, etc. También, de la India aprendieron la técnica de los aceros importaron a Europa metales preciosos, maderas nobles, útiles de acero, cobre, especias, esclavos mongoles, pieles, etc., convirtiéndose así en competidores para Bizancio.
Los artesanos trabajaban en sus casas, de cara al público y agrupados en calles, y en los zocos o mercados. Junto a las mezquitas se instalaban las alcaicerías, que eran todo un conjunto de tiendas y de centros artesanos de productos preciosos.
Los árabes fueron grandes agricultores que aclimataron, en Egipto, Sicilia y España, productos exóticos como la caña de azúcar, el arroz y frutales como el naranjo y el limonero. La cría de caballos persas y la de mulos y asnos les proporciono también grandes beneficios.