Hacia el año 2000 nuevas oleadas de invasores semitas cayeron sobre el país entre los ríos. Uno de sus reyes fundó la ciudad de Babilonia, cuyo nombre luego fue aplicado a todo el territorio ocupado por los antiguos reinos de Súmer y Accad. Hacia el 1700 a.C. el rey Hamurabi de Babilonia pudo vencer a los príncipes rivales y fundar un gran reino en que él ejercía todo el poder y gobernaba por medio de sus funcionarios. Para dar a todo su reino un solo derecho, codificó las leyes y promulgó un Código cuyas disposiciones fueron inscritas en signos cuneiformes en una gran columna de piedra que mide más de 2 metros. En la parte superior se encuentra un relieve que representa al dios del sol Shamash, señor de la justicia, quien dicta los decretos a Hamurabi. Las primeras palabras definen el objetivo del Código: "para humillar a los malos e injustos e impedir que el poderoso perjudique al débil; para que toda persona perjudicada pueda leer las leyes y encontrar justicia".
Las leyes eran sumamente duras y establecían la pena capital aun para delitos menores. Los hombres no eran iguales ante la ley. El que golpeaba a un vecino distinguido de modo que éste perdía un ojo, debía pagar con su propio ojo.
Igual delito cometido en un hombre común era sancionado con el pago de una "mina" de plata. Pero la ley trataba también de hacer justicia a los más pobres y débiles. La ley aseguraba a los jornaleros y artesanos un salario justo. La ley establecía un canon justo y moderado para el pago del arriendo de las tierras por los campesinos siervos. Los siervos debían cultivar las tierras que pertenecían al rey, a los sacerdotes y a los nobles. Si alguien denunciaba a otro como asesino o hechicero, el culpado debía someterse a la prueba de agua: se le arrojaba al agua; si se ahogaba, su culpa era evidente; si se salvaba, el acusador era condenado a muerte. El ladrón debía pagar treinta veces el valor del robo.